Primera parada, Reserva "La Isla" Por Emiliano (en Instagram: chamiko.relatosapedal)
Con Eduardo nos reímos de una pregunta que le hicieron en una entrevista. "¿Es verdad que no tenes tele y te entretenes mirando el fuego?".
Y no, no hay tele. Tampoco señal de celular. Hay un sitio con una iglesia antigua que contiene varias leyendas, hay un río que regala rincones verdaderamente mágicos y hay un guardaparques que habita la Reserva La Isla: Eduardo.
Mi viaje en bici empezó en La Paz, Traslasierras (Córdoba). Desde ahí crucé la ruta 148 y por camino rural llegué hasta el paraje Los Romeros, donde después del vado se abre un senderito para bici o peatones que te lleva a la entrada de la Reserva.
En auto, se llega por el pueblo de Conlara. El día que llegué también lo hicieron un matrimonio de Santa Fe, cuatro pibes en moto tipo enduro y otro grupo de unas seis personas.
"Me trajiste suerte", me dice Edu, que me abrió las puertas de su casa de barro, me dejó acampar en el predio y me hizo parte de sus días, que empezaban y terminaban dándole la mamadera a los chivitos.
Yo le había contado antes de venir que iba a ser la primera parada de mi viaje. El viaje inicial en bicicleta.
Un sueño que mastiqué muchos años y hoy lo veo concretarse.
Y acá estoy. Dándole la mamadera a los cabritos. Después de haber dado ese primer paso que tanto cuesta.
Que el frío, que el equipamiento, que las herramientas, que el dinero... todo eso se hizo lágrima en el primer kilómetro. Algo adentro mío sabe que me espera eso que solemos llamar "lo lindo de estar vivo".
EL MONTE QUE ABRAZA
Eduardo es de la generación que está dejando el campo, pero él se autoabastece y resiste fiel a sus principios. Criando unos chivos, ordeñando todos los días las vacas y dejando leche para sus terneros.
Las visitas guiadas que realiza por la Reserva son la forma de financiarse para poder sostener ese espacio de resistencia, educación ambiental y supervivencia en un entorno natural. Cada visitante deja a su voluntad un aporte para que el espacio se mantenga.
Geográficamente ubicada en uno de los límites entre Córdoba y San Luis, en cercanías del pueblo de Conlara, La Isla es un proyecto porque Edu tracciona con el aval de los herederos de esas tierras.
Estando ahí, de un momento a otro la temperatura bajó notablemente y el fogón dentro del rancho nos dio el calor suficiente para pasar la fresca y la espera. Eduardo va a preparar un queso criollo con la leche de ese día.
Le comento que ya van varias veces que indago y nunca logré entender cómo se hace. Creo que la mejor forma es mirando. Y empieza la magia.
Primero, ordeñar. Luego, pasteurizar. Después, cuajar para "amasar" el queso.
En todo este tiempo y a pesar del frío y el día ventoso, siguen llegando algunos visitantes y Edu los acompaña en la recorrida. La Iglesia en ruinas es lo que más llama la atención, con las distintas leyendas en las que no puede faltar un fantasma.
Yo, concentrado en el queso y en calentar mis pies. "Lo que más hay que hacer es esperar", me explica, como bajándose el precio en la sabiduría de elaborar su propio alimento en origen.
No sé por qué, pero esa espera me remitió a un concepto del filósofo argentino Rodolfo Kusch. Este explica en uno de sus escritos que el mal llamado "descubrimiento de América" plantea el encuentro de dos experiencias del hombre: la del ser y la del estar.
Básicamente vinculando la primera a la Europa del Siglo XVI y la segunda a las culturas existentes en nuestras tierras antes de la llegada de los conquistadores (apropiadores).
También plantea que en las ciudades solemos actuar como pidiendo a gritos que nos miren, que estamos SIENDO alguien en la vida.
En las ciudades -dice Kusch- en vez de sumar, acumulamos; bienes, títulos, casas. Y creemos en la eternidad: amamos para siempre, trabajamos en algo para siempre y hasta morimos para siempre.
En cambio, para "el indio" la eternidad es algo que se gasta. En eso pienso cuando veo que también se gasta la leña que nos calienta y hay que salir a buscar más para seguir esperando... o para seguir estando.
Sin dudas, la obra de Kusch me acompaña en este viaje, que apunta al norte del país. Y no es la única compañía.
Siento una fuerte presencia de toda mi historia personal, además de quienes directa o indirectamente me animaron para empezar esta vida.
Me escribo a mi chat para no dejar pasar la inspiración.
[2/6 17:51] Emiliano: el niño muda la última valija. Adentro, perfectamente ordenada, lleva el calor de hogar, la seguridad y la protección. El equipaje lo ofrenda al mismísimo barro, un río de lodo que lo hará amanecer cada día en un lugar distinto y lo desafía a pisar firme para ir seguro a lo inseguro.
Un aviso. Voy a citar a Kusch más de una vez. Él cierra esta crónica. Hasta la próxima.
"Aunque vayamos a miles de kilómetros de distancia, siempre viajamos adentro de nosotros mismos [...]".
Chamiko nace arriba de la bicicleta. Cuando frena en los pueblos, empiezan a desfilar las historias.
Una suerte de justicia anónima para que salgan a la luz las historias mínimas.
Soy Emiliano y cuando empecé mi viaje en bici por Córdoba (Argentina), me nació escribir y ahora compartir las historias con las que me encuentro, me nutro y me sorprendo.
La sonoridad "Chamico" corresponde a una planta de poder que crece de forma silvestre en Córdoba (como en otros puntos del país), cuyo nombre científico es datura ferox.
La terminación "Ko" significa "agua" en lengua mapuche. Ko también es un homenaje al amor por la naturaleza que me inspiró mi amiga Analia Belaus, quien se encargó de la custodia de un elefante marino en las costas de Claromecó mientras el animal cambiaba la piel.
La base operativa móvil de ese acto de bondad fue una kombi a la que luego bautizaron con el mismo nombre que al elefante marino: Ko
Chamiko es un viaje al interior de uno mismo. Un homenaje a las vidas comunes, que me parecen extraordinarias.
Emiliano decidió compartir con Fibra las historias que recoge en la Argentina profunda. Para nosotros, es un gusto, un placer. Estamos seguro que para vos también lo será.
Su Instagram es chamiko.relatosapedal
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