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Cerro Colorado: todo el pasado por delante

Para llegar a ese sitio, que guarda gran parte de nuestra memoria como pueblo, tengo que vaciarme casi del todo.


De las contradicciones, de las formas, de mirar el mundo como ahora lo hacemos, de lo que hoy entendemos como mundo.


Empiezo a transitar los 58 kilómetros desde Villa Tulumba y de forma involuntaria se inicia en mí una descarga emocional que me hace romper en llanto arriba de mi bici.


Caigo en la cuenta que gracias a mi aliento estoy a punto de concretar la visita a un sitio sagrado, un pueblo que quiero conocer hace mucho.


Hago una parada en (San José de) La Dormida y me voy al Museo Sanaviron a tomar unos mates para calentar el cuerpo.


Hoy está muy frío. Como el otro día, cuando llegué al centro de Tulumba. Mientras mateaba en la plaza se me arrimó Gabriel, uno de los trabajadores de este museo, que con sus compas estaban casualmente ahí por el acto donde se postuló a Tulumba para que sea elegido el pueblito turístico más lindo del mundo.


"Si pasas por La Dormida llegate al Museo". Y así fue. Compartí un momento con el equipo antes de seguir viaje a Cerro Colorado, Gabriel me acompañó a recorrer las instalaciones y me dieron comida para que me lleve.


Estoy arriba de la bici y Fabiana, compañera de trabajo de Gabriel, me recomienda que vaya a Purinqui Huasi, una casa que está en la entrada del pueblo, que afuera tiene una bandera LGBT, que me voy a dar cuenta.


Pero cuando estoy por empezar a pedalear me dice otra cosa: "anda ahí, que te esperan".


Purinqui Huasi se puede entender como la casa (huasi) del que viene andando, del caminante, del viajero.


Al lado de la vivienda está el comedor tradicional del pueblo, donde en verano se organizan peñas y encuentros que refuerzan que ese nombre es un refuerzo del espíritu de este lugar.


También fue base operativa espontánea en los últimos incendios del norte cordobés, desplegando en comunidad una organización que sacó brillo en un momento de tinieblas.


Esta muy frío y esta noche seguro va a helar.


Al lado del comedor hay otro local, el espacio "Milagro Sala", la sede de Doña Adelina, el emprendimiento de dulces, pastas y galletas artesanales que se integra a la comunidad de Purinqui.


Se dejan ver unos pañuelos blancos pintados en el frente. El "Nunca Más" recibe a la gente en el ingreso mismo a Cerro Colorado, por si alguien se distrajo y pensó que la memoria de este lugar tiene que ver solo con el arte rupestre.


Un dato. Son 30 mil las pinturas clasificadas en la Reserva Cultural Cerro Colorado. 30 mil aparecidas.

 

Toco la puerta. Abre Andrés y me dice que pase. Que Fabiana ya avisó. "Dijo que te atendamos muy bien". Yo todavía no se por qué Fabi me habilitó este dato y tampoco si me van a dar un lugar para carpa, una pieza o solo tomar unos mates y seguir. Fui porque me esperaban.


Adentro está Lulo, pareja de Andrés, en plena sesión de tatoo. Se unieron en 2022 en una ceremonia ancestral ofrendada por los líderes de la comunidad originaria reconocida en esta zona.


Lulo plasma sobre la falda de Nico - un amigo de la casa- el diseño de una pintura rupestre icónica del arte en este pueblo. Una suerte de sol con los colores que mas usaron los antepasados: rojo y negro.


La escencia de Purinqui Huasi se hace notar. Me abren las puertas y me siento en casa.


Andrés y Lulo están siempre rodeado de gente; familia o algunas de las amistades del pueblo que pasan todos los días por acá.


Algo le pasó a un tenero cuando cruzó un alambrado y por eso hoy se come asado; estoy invitado.


Hay una parte de mi que todavía le cuesta entender cómo es esto de recibir tanto por parte de gente que acaba de conocerme. Dicen que es la cosecha. Abrirse, aceptar y agradecer. Es por ahí.


En la cena conozco a Tere y Fernando. Los padres de Lulo. Fernando Recalde, apellido de origen vasco cuya denominación original, Erreka Alde, significa "orilla del río".


El mundo ordenado a través de la propia identidad. De profesión abogado, Recalde -como lo llama todo su entorno- pasa los días junto a Tere en su casa de piedra; a la orilla del río.


Su tatarabuelo, Don Manuel Recalde, participó de la firma del acuerdo de paz conocido como Tratado de las Banderitas en 1863, entre el gobierno nacional liderado por Bartolomé Mitre y el caudillo riojano Angel Vicente "Chacho" Peñaloza. Manuel acompañó al rector de la Universidad de Córdoba que era el representante de la parte estatal. 


¿Y la historia? Como dijo Kusch, es sólo una forma convencional para distanciarnos entre nosotros mismos, por más blancos que seamos, de la cuestión originaria.


EL PICAPEDRERO QUE INSPIRÓ A YUPANQUI


Es lo que se espera del visitante. Que cautive la historia del cantautor más trascendentes de nuestra música popular: Atahualpa Yupanqui. El hombre que montó su casa en Cerro Colorado, donde hoy funciona la fundación que lleva su nombre y también la casa-museo.


Me interesa un montón, me conmueve su figura. Y también me abro a esas pequeñas historias que suelen estar en el 'lado b' de las más divulgadas.


Comimos el asado y la reunión sigue en la casa de los chicos, Andrés y Lulo. En este hogar, que por estos días también es el mío, suena de todo. Carlos Di Fulvio, La Ferni, Juan Gabriel, Santiago Motorizado interpretando a Cristián Castro...


Pero en un momento, la voz de Nico viaja en el humo de la habitación y se dirige a mí:  "¿Escuchaste al Indio Pachi?". La pregunta tiene la fuerza de lo que hoy llaman memoria oral.


Se trata de Patricio Barrera, el "Indio Pachi", picapedrero de profesión, aunque también oficiaba de peluquero en el pueblo. Apenas me ponen el video de él tocando -único registro audiovisual de Pachi- me es inevitable pensar en Atahualpa.


Sus manos, sus dedos castigados y alargados por la piedra, su postura. Su rostro, nunca antes visto por mí. Me empiezan a contar todo sobre él y la data es avalada por "Ruedita" Barrera, que está en la juntada, cuyo abuelo era hermano de Pachi.


Ruedita me cuenta que su abuelo era guardacarcel y por ser hermano de Pachi, tuvo un acercamiento al Chango Rodríguez mientras éste cumplía condena. El Chango y Pachi eran compadres.


Así lo asegura el periodista musical Victor Pintos en la entrevista que es parte del documental que Fernando Morales realizó sobre la vida del Indio Pachi. Se titula "Pachi, la leyenda, la historia" y se puede ver en YouTube.


Voy a la casa de Don Ata y empieza la visita guiada; la ofrece una joven simpática, con la voz gastada por las repeticiones de un hablar que se vuelve guión. Después de una breve introducción, entramos.


A mano derecha, en un rincón muerto de la casa, que no lleva a ningún lado y no se puede poner ni un mueble, está la foto en blanco y negro de Pachi. Justo abajo, el portarretratos de su papá y su madre.


El relato oficial cuenta muy brevemente sobre la amistad de Atahualpa con Pachi, cuestión que le permite al mítico cantor conocer al padre de él, Eustakio Barrera, quien le termina cediendo el terreno para que construya su rancho.


Lo cierto es que ese hombre descansa o, mejor dicho, reside, en la tradición oral del folclore, una escencia que podría considerarse en extinción. Un dato mas: Pachi tocaba con las cuerdas al revés.


Era zurdo y volteaba la guitarra con las cuerdas para derecho, dándole una afinación distinta.


Preocupado por llenar la olla y pagar los estudios de sus hijas en Córdoba Capital, Pachi terminaba cada día con la guitarra en mano, pero registrar su material no estaba entre sus prioridades.


¿Su obra? Algunos casettes con grabaciones que el músico Fernando Morales -director del documental sobre su vida- se encargó de transcribir en partituras.


Hay una escultura de madera con su cara tallada a un costado de la capilla del pueblo y su nombre es también el del escenario principal donde se realiza la fiesta más importante de Cerro Colorado: el Festival de la Algarrobeada.


TAL VEZ NO COMPRENDAS NUNCA, VIDAY, POR QUÉ ME ALEJO


Mi estadía se alarga. La comunidad Purinqui es un mimo en mi camino. 
La cosmovisión ancestral marca una senda.


El pasado es todo lo que está por delante, el futuro no existe, no aplica ante la necesidad imperiosa de mantenerse en el presente, que es donde necesitamos ordenar nuestro mundo.


"No podés irte sin conocer el Inti", me asegura Nico. El Inti Huasi es uno de los tres cerros que custodia el poblado y es parte del circuito de sitios arqueológicos. Se accede con guía, pero Nico elige otra vía: la palabra. Dice que vayamos a hablar con la Doña que da el paso para ver si nos deja.


Una certeza. Este viaje me enseña que lo que está destinado a suceder, simplemente pasa. 


Nico le explica a la señora que yo estoy de paso, que vamos a respetar el lugar, que el ya lo recorrió varias veces. Somos dos grandotes hablándoles como nietos a la doñita. Y sí. Accedió. Porque todo lo que tiene que suceder es una orden al destino y porque Nico emana bondad y respeto.


Ya solos, recorremos el sendero y me impactan los primeros dibujos. Nico no da por sentado nada y me lo dice. Las pinturas no se tocan. Porque no hay obviedades cuando el patrimonio ancestral está en el medio. Nunca, jamás está de más aclarar estas cosas. Siento estar con la persona indicada.


Al rato hacemos un descanso entre mates y empezamos a imaginar situaciones hipotéticas ambientadas en la época de las pinturas. ¿Cómo habrá sido todo antes? Mi gran intriga. Cómo éramos.


Un silencio prolongado se interrumpe. Nico manda un audio preguntando si ya se actualizó la lista de precios de una línea de chocolates que se dedica a vender. Es la realidad que nos llama a cada rato, que nos palmea la espalda mientras miramos a la nada y nos dejamos estar.


Basta de querer justificar la existencia. Cómo vamos a querer entender lo que nos pasa, si ni siquiera tratamos bien al pasado. En 2018, una obra encargada por el gobierno provincial terminó con la extracción de restos humanos que datan de 6.500 años de antigüedad, para hacer un gasoducto al que la gente no se puede conectar porque no tienen dinero.


Contradicciones. 


Me voy. Ya no se qué es real y que no. Me desborda esta generosidad. Andrés me dice que esta noche van a hacer tallarines caseros, ya que mañana me voy. Esos gestos con los que el mundo se arregla.


Muchas veces basta con una caminata para resetear el alma. Y aunque Thoreau diría que dos son multitud para caminar, nosotros fuimos tres, con Lulo y Andrés. Pasamos por la piedra intervenida por un artista donde el rostro de Atahualpa parece hacer fuerza para sobresalir desde el centro mismo de piedra. Una sutil representación que impacta en lo visual e invita a honrar a la leyenda popular.


En el camino, también nos tuvimos que arrastrar por una cuevita para no abandonar el margen del río y de paso contemplar algunas pinturas que contiene esa cavidad. La gran historia nos incomoda, nos hace arrastrar y buscar con tenacidad. 


Me acuerdo que con mi amigo Fede siempre jugábamos a armar un 'Manual del Buen Provinciano', porque nos encantaba recibir gente en nuestra ciudad y creíamos que habían cosas que no podían faltar para alcanzar tal título. En Cerro Colorado no faltó nada. 


"Si la pasaste bien, hacé lo mismo con otros viajeros", me pide Andrés cuando me estoy yendo. Hasta en ese detalle.


Es la estadía más larga del viaje. Termina con esta tallarineada en el Purinqui. La escena es familiar, folclórica. Me voy, pero como demoran las mudanzas en la cabeza, diría La Mojigata.


Al fin y al cabo, ¿qué somos? Un accesorio que la naturaleza no necesita. Los habitantes más nuevos del planeta. ¿Y el progreso? Será, como dice Rodolfo Kusch, que el miedo al mundo fue sustituido por la creación de otro mundo.


"Así nace occidente, sobre la base del afán de 'ser alguien' que es inteligente, que toma la cuidad como ombligo del mundo, como lo hacían las culturas primitivas, sólo con la variante de que era un ombligo sin mundo".


Qué les voy a decir. Avisé en mis anteriores crónicas que Kusch me acompaña. Y él cierra este relato.


"Quizá habría que volver a sustituir el camino exterior de la ciudad por otro que sea interior y ganar así una forma más sabia de vida".

 

 


Los relatos a pedal pueden ser leídos en cualquier parte del mundo, en cualquier tiempo y espacio.


Entre lo que veo, lo que escribo y lo que comparto, transcurre el tiempo suficiente para que el acto de publicar no condicione mis vivencias.


Con tu apoyo, estas colaborando con la escritura autogestiva y con mi viaje.


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