"Las trampas que en la mente trae el futuro, confunden alegría y ansiedad.
Será que a veces vienen de la mano, será que al despejarse va a aclarar"
Toch
Viajar en bici es estar en plena exposición. A la naturaleza, al sol, al viento, al entorno de rutas y caminos. Es llevar la vida en dos alforjas y un par de bolsos caseros.
Al mismo tiempo, la adrenalina que genera saber que cada día es distinto, la incertidumbre de no saber con qué me voy a encontrar en el siguiente destino y la satisfacción por cada tramo recorrido, me generan a veces cierto estado de euforia.
En un contexto así, avanzar con ansiedad puede ser costoso. Es una condición que define a una generación y negarla no es buen método. Así comienza esta crónica donde voy a relatar una de las secuencias más mágicas que me tocó vivir.
ERRAR TAMBIÉN ES DAR UN PASO
En Villa del Totoral tuve que cambiar una de las cámaras de mi bici, la trasera. Siempre llevo una de repuesto y en este caso fue la que usé. Recuerdo que ese día estaba muy frío y me di cuenta de que estaba en llanta cuando ya había armado todo.
Entonces me demoré más en desarmar, cambiar la cámara que ya no soportaba ni un parche más y volver a armar. La ansiedad por querer llegar al siguiente destino me hizo cometer un error: tendría que haber ido enseguida a reponer mi cámara para llevar siempre una de repuesto.
Avanzo. Pasé por Tulumba y Cerro Colorado. Viendo que en esos pueblos no se conseguía ningún repuesto para bici, pienso en Quilino como una opción para equiparme. Me voy de la tierra en la que se aquerenció Atahualpa Yupanqui y en el pueblo de Caminiaga hay una gomería en la que quiero aprovechar para inflar la trasera, ya que no logro darle suficiente presión con el inflador de mano.
Le pido el pico del compresor al gomero, pero lo maneja solo él. Pierdo el control.
El aire entra como viento zonda y pienso en todo lo que me cuesta a mí con el infladorcito de mano. En ese momento un estampido me nubla la vista. Se reventó la cámara y yo no tengo otra de repuesto.
Pensé: lo que voy a disfrutar cuando pase esto.
Dije:
- Decime que tenés una para venderme.
- Nuuuu... y acá no vas a conseguir nada de eso.
El hombre puso con su discurso toda la responsabilidad en mí. Y tiene razón, pero me altera. Lo miro fijo.
- Me vas a ayudar a solucionar esto.
Hizo todo lo que pudo para emparchar la cámara, pero el tajo era enorme. También mandó mensajes al grupo de Wasap del pueblo preguntando si alguien tenía una cámara de bici, pero no. Nadie.
La opción más real es pedirle a un comisionista que me haga una compra en la ciudad de Deán Funes. Consigo su número y accede, pero vuelve a las siete de la tarde, casi de noche. Tengo que dormir si o si en Caminiaga.
Voy a la Municipalidad a preguntar a donde puedo armar la carpa, pero faltaban 15 minutos para que termine la jornada laboral del personal y me despacharon enseguida. Una llamada al jefe comunal y no contestó. Me estaba por ir y me dan un nombre: el Facha. "Él te va a hacer la onda", me aseguró una mujer.
Es el dueño del bar del pueblo, un recinto lleno de frases épicas sobre la pared, cuyos autores son los clientes más frecuentes del lugar. También se leen algunas teorías sobre la vida y el universo que el Facha logró desarrollar en este tiempo; y algunos vidrios rotos por un experimento fallido que terminó en explosión.
El bar es su casa y esta noche será también la mía. El Facha tiene un corazón muy grande donde entran varios mundos.
Llegó el comisionista. El día termina al lado del fuego, cocinando arroz y unos choris a leña en el asador que también es estufa. Divagamos sobre la vida. La frase de cabecera que usa el Facha: "ni verla". Así se llama su bar.
TODA DECISIÓN CONSTRUYE EL PRESENTE
De momento pienso en quedarme unos días compartiendo con este personaje que me regala el camino, ir al campo a ver sus animales y arrimarme a alguna guitarreada de las que no falta en la zona. Pero sigo.
Estoy con la energía de avanzar. Pienso esta parte del viaje como el final de una primera etapa, en la que me di el gusto de conocer rincones de mi provincia, llegando con mi bici y sintiendo el placer que me brinda esta forma de andar.
Además, estoy por encarar los últimos pueblos de Córdoba antes de pasar a Catamarca. Se viene el primer cruce de provincia. Voy a estar de paso, no tengo intenciones de permanecer en los sitios a los que me dirijo ahora: Villa Quilino y Lucio V. Mansilla.
El monte vuelve a sentirse espeso, dejando atrás la roja piedra de los cerros, y el camino me regala el avisataje de una Corzuela (Sachacabra), que por un par de metros me acompaña en la misma dirección en la que avanzo.
El monte, el animal y yo. La paz se expande y el placer es inmenso.
En Villa Quilino me espera una situación. Por ser temporada baja de turismo, siempre pido permiso en alguna dependencia municipal para acampar en los espacios públicos como campings o balnearios.
Este es el pueblo de los cítricos, con plantaciones que abastecen de mandarinas a toda la región, un vivero municipal de producción de plantines y plazas llenas de árboles comestibles. Frente a la principal está la oficina de Turismo y ahí voy.
Veo que hay mucho movimiento y alcanzo a observar a una gente almorzando. Escucho que hablan otro idioma. Me recibe Fernando, responsable del área y enseguida me dice que el camping está habilitado, que vaya tranquilo.
Me cuenta que justo está ocupado recibiendo un contingente de Estados Unidos, de personas interesadas en el desarrollo sustentable de Villa Quilino.
- Ahora estamos mostrandoles la gastronomía típica de acá, lo que sería el cabrito. ¿Vos comés cabrito?
Son más de las dos de la tarde y yo cargo un hambre de ciclista que acaba de pedalear 53 kilómetros. Así, en cuestión de minutos, me encontraba mano a mano con Fernando degustando la joya de la gastronomía local.
Acá se hace el Festival del Cabrito en el verano. Fernando me cuenta que la carne alcanza un sabor único porque la alimentación de los animales hasta el momento de la faena es a leche, no llegan a pastoreo.
Fernando es de apellido Vignoli y me cuenta que su tío fue geólogo y recibió honores en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). "Y salió de la escuelita del pueblo", remarca. El hombre participó de los estudios sobre el origen de las aguas que llegan a Quilino, que vienen de la cordillera. En su momento usaron sustancias coloridas para poder identificar hasta donde llegaban esos cursos de agua.
En fin. Todo esto mientras almorzabamos mano a mano, antes de que Fernando siga la recorrida por el pueblo con los gringos.
Hay una pregunta que siempre llega, casi todas las personas que se me acercan me la hacen. "¿Y para dónde vas?" Mi truco era responder el siguiente pueblo al que me dirigía, hasta que en un momento me hice cargo de lo que realmente pensaba: quiero llegar a Jujuy.
Este es un pueblo interesante, da para unos días. Pero yo insisto en avanzar.
SALINAS, EL VIENTO Y EL DESTINO
Amanezco en Villa Quilino y encaro la ruta hacia Lucio V. Mansilla, bastante transitada, pero con un desnivel que me ayuda a hacer más livianos los 50 kilómetros de recorrido, ya que voy 'bajando' hacia la zona de Salinas Grandes de Córdoba. Además, no hay viento y eso es un gol.
No obstante, casi al llegar, siento una punzada en la rodilla izquierda. Me preocupo un poco.
En este momento del viaje estoy en permanente comunicación con dos personas que sembraron en mí el amor por la bici y me transmitieron sus ganas de viajar: el Víctor y la Vir, que junto con Carucha, el perro viajero, recorrieron miles de kilómetros y juntaron unas tantas historias (@viajarcomerydibujar). Me pasan el dato para dormir en el patio de la capilla de Mansilla y, sobre todo, me advierten del tramo que sigue. Son 70 kilómetros hasta Recreo (Catamarca) sin nada en el medio y con poca o nada de vegetación al costado de la ruta, lo que hace esencial estar atento al pronostico de vientos.
Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Yo solo pienso en avanzar y subestimo todos esos datos, aún con la rodilla izquierda dándome un aviso, aún viniendo de dos seres que respeto, admiro y escucho atentamente, por el cariño que les tengo y por su experiencia viajando en bici.
Amanezco en Lucio V. Mansilla. Respiro ese aire que tienen los días especiales, que se salen de lo común. Hoy es el cumpleaños de mi mamá y mi hermana. Hoy hago el primer cruce de provincia.
Es fin de semana largo y la ruta está muy cargada. No paran de pasar autos con dirección norte, ya que es una arteria que conecta el centro del país con la región norte y van muchos turistas hacia Catamarca y Jujuy. Decido, entonces, que voy a hacer dedo durante una hora y media.
Por contrapartida, le resto ese tiempo a mi jornada de pedal. Son 70 kilómetros, es mi límite máximo que puedo hacer en un día.
No tengo suerte con el dedo y empiezo a pedalear. Estoy de muy buen humor y eso colabora en un entorno algo hostil. Le llamo 'estrés de ruta' cuando siento tan de cerca la presencia de los camiones, ruidosos, como una fábrica de viento al lado mío.
Siempre voy de menor a mayor. La primera hora pedaleo como un señor que sale a hacer las compras. A pocos kilómetros del cruce interprovincial deja de haber vegetación, el viento no tiene barrera y me hace reducir la velocidad a la mitad.
Todo esto, con una vista fabulosa a las Salinas Grandes.
EL VIENTO ES LA MAGIA
Finalmente cruzo de provincia. Estoy en Catamarca algo emocionado. No obstante, es en el medio de la nada, donde el único reparo es la estructura de cemento que marca el límite interprovincial y alrededor está lleno de papel higiénico, porque es la única contención en muchos kilómetros.
Almuerzo la vianda que me preparé la noche anterior, estiro un poco la rodilla (que viene bien) y me dispongo a seguir. Cuando miro la hora, me doy cuenta que estoy avanzando muy lento y me pongo intranquilo. La aplicación que uso me marca que tengo que pedalear unas cuatro horas más para llegar a Recreo. No me siento con tanta energía para eso.
Ahí me acordé que Vir me dijo sobre un puesto de Gendarmería que hay entre Mansilla y Recreo, donde algunos ciclistas pararon ante una situación de emergencia. Entonces vuelvo a la ruta pensando en llegar ahí y evaluar.
El viento es muy fuerte y me desmoraliza. Dicen que acá arriba -en la cabeza- tenemos el control remoto de nuestro cuerpo y espíritu. Enseguida la rodilla me empieza a molestar, cada kilómetro se me hace eterno, el viento es ensordecedor y los camiones me irritan.
Al menos, ya visualizo el puesto de Gendarmeria.
Llego y está desolado. No hay nadie de guardia y están todos los gendarmes en sus respectivas casas, hasta que veo salir a uno muy joven, vestido de civil. Le pregunto si puedo hacer noche ahí con mi carpa y me dice que sí.
Pero el lugar huele muy mal, como a cloacas, va a haber viento toda la noche y encima ya van dos días sin bañarme. Entonces decido volver a hacer dedo, a ver si tengo suerte.
Después de una hora parado al costado de la ruta me doy por vencido. Asumo la situación y me espera una noche distinta a todas las anteriores. "Es una sola noche Emi, mañana es otro día", me repito en voz alta para convencerme.
Le pido agua caliente a los muchachos, saco dos bollos de pan y una mermelada casera de granada que compré en Mansilla y me pongo de espaldas a la ruta dispuesto a tomar el primer mate.
En ese instante, siento dos bocinazos tan cerca de mí que me asusto.
Cuando volteo la cabeza empiezo a ver rostros detrás de los vidrios de una camioneta. Todos me son conocidos. Más que conocidos, me son familiares... pero no puede ser cierto. Si estoy en el medio de la nada, sucio, cansado, con la rodilla sentida y con un plan fallido. Por un segundo pienso que estoy delirando.
Pero no. Es cierto. Ellos toman la iniciativa de bajarse de la camioneta y yo solo me agarro la cabeza y digo "no lo puedo creer". Son los vecinos de mi casa natal de Villa María (Córdoba), son los mejores vecinos que se pueden tener. Para mí, son la extensión de mi familia por el vínculo tan cercano y amistoso que nos une desde tantísimos años.
Es parte de la familia Rovira que esta estrenando el motorhome del 'tío Ale'. Se bajan y todo sucede rápido, le cuento de la rodilla, me dan una pastilla y agua, los niños me preguntan cuantos kilómetros hago por día, los grandes me dicen que Maxi me vio y se volvieron después de un kilómetro porque me reconoció, les pregunto si doblan en Recreo, no entiendo la respuesta, chusmeo desde la puerta la camioneta, flamante, les digo que voy a Jujuy, nos sacamos una foto, me cuentan de nuevo cómo fue que me vieron, se suben a la camioneta para seguir.
Respiro confundido.
Están por arrancar y el 'tío Ale' abre la puerta corrediza lateral.
- Che, Emi. Nosotros vamos a Jujuy y tenemos un cinturón de más, ¿no querés cargar la bici?
Apenas los ví, después del bocinazo, la primera reacción dentro mío fue preguntarme "¿quién los mandó a buscarme?"
Si no hubiera salido sin la cámara de repuesto, si el gomero no me reventaba la cámara con el compresor, si el comisionista no me hacía el trámite de comprarme una nueva, si me quedaba un día más con el Facha, si no me demoraba haciendo dedo en Mansilla... todo lo que tuvo que pasar para llegar a este presente, después de haber respondido una y otra vez "quiero llegar a Jujuy".
Y ahí está el sueño montado. Estoy seguro de que vino acompañado. Son las guías de mi viaje.
Entre risas, juegos y guisos llegamos a Jujuy. Yo divertido y agradecido. Estoy en la Quebrada de Humahuaca, como hace diez años, cuando conocí este Patrimonio de la Humanidad en Carnaval.
La próxima crónica viene con cerros de colores y aroma a tortilla asada.
¡Gracias Ale, Maxi, María Elena, Máximo, Guille y Juli!
ESTA CRÓNICA ESTA DEDICADA A LA MEMORIA DE CARU, EL PERRO VIAJERO.
GRACIAS POR SER EL MOTOR DE TANTAS COSAS LINDAS.
Los relatos a pedal pueden ser leídos en cualquier parte del mundo, en cualquier tiempo y espacio.
Entre lo que veo, lo que escribo y lo que comparto, transcurre el tiempo suficiente para que el acto de publicar no condicione mis vivencias.
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