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Voy al monte de Tulumba, la Villa mágica

No hay cielo como el de Tulumba

 

-"En serio, ¿ni en Los Mates (Traslasierras, el último lugar que habité hasta empezar el viaje)?", me pregunta Analía.

 

Solo me trajo a la memoria la vista nocturna de Cabo Polonio, en Uruguay, aquellas noches sin luna.

 

Pero acá no hay mar. El cielo me hace pensar que en realidad todo brilla, aún de noche, y esa luz potente es cubierta por una entidad oscura, como una manta llena de agujeritos por donde se filtran luces. Esas luces son las estrellas.

 

Analía se percibe como "Koguardiana" de la Reserva Natural Sonidos del Monte, recientemente integrada a la Red de Reservas Privadas de Argentina. Un área de 40 hectáreas en las afueras de Villa Tulumba, un exquisito pueblo del norte cordobés.

 

"Me surge decir Koguardiana, porque lo hacemos en konjunto, kompartiendo la responsabilidad con la Pachamama". Luego veremos por qué resuena tanto "ko".

 

En el "mundo" de la preservación, 40 hectáreas suele ser poco. Pero a los lugareños, que valoran los terrenos por la cantidad de animales que podrían contener, les parece mucho.

 

La presencia de animales suele ir contra el principio de conservación de la flora nativa, ya que el pastoreo es una de las causas que impide el renoval, el crecimiento de pequeños ejemplares y el desarrollo de los que intentan ganarse un espacio.

 

No obstante esto. ¿Qué es la conservación o preservación?

 

UN MONTE QUE SUENA Y UN ÁRBOL PARIENTE DEL ARRAYAN

 

La Reserva es un emprendimiento familiar que llevan adelante Analía y Paula, quienes se acompañan desde hace unos cuantos años. Es curioso que su vivienda esté hecha a partir de un contenedor.

 

Contener, preservar, escuchar. Son los verbos que afloran cuando estoy inmerso en las 40 hectáreas de monte nativo.

 

- "Como diría una doña. ¿Qué se puede hacer un día de viento? Sujetarse"

 

Ella es Analía, un alma hermosa que conocí gracias a mi trabajo de guardaparques en la Reserva Natural Los Mates, en Traslasierras.

 

Cuando empecé a trazar la ruta de mi viaje, Tulumba era una opción fuerte; le escribí y me recibió, a pocos días de haberse mudado al campo.

 

Llegué a los tropezones. Masticando las no tan buenas que me habían pasado días atrás: parte del viaje.

 

Tulumba enseguida me cambia la energía. Me tomo unos mates en la plaza antes de encarar los seis kilómetros que restan hacia la Reserva y me cruzo a charlar con el personal de la oficina de Turismo. Me cuentan de un sol comechingon hallado en la zona que aparentemente se lo llevaron a Inglaterra y no lo devolvieron; una réplica del mismo está afuera de esa oficina.

 

Si estuviera en mi casa, me tapan los ojos, me teletransportan y al abrirlos estoy en Tulumba sin saberlo, podría confundirme con una callecita de Cuzco o con alguna empedrada de Purmamarca. Es muy pintoresco y colonial.

 

Me estoy yendo de la casa de Turismo y uno de los jóvenes me regala una "colación". Una especie de galleta ovalada con una cavidad en el medio, donde reposa el dulce de leche. Y porque siempre se puede ser más dulce, lo cubre un glaseado de azúcar impalpable. Hecho en horno de barro por la abuela de su compañera de trabajo. Qué decir. Corazón contento.

 

Así llego a la Reserva. En la 'casa contenedora' aún no hay luz ni señal de celular, pero hay una biblioteca espesa de material que me atrae. Es nuestro Google en estos días de viento.

Compartimos mates y datos de los textos que cada une elige. Rocas, aves, plantas, fotografía de naturaleza. Exquisito.

 

En uno de los libros se cita el estudio que la Secretaría de Recursos Naturales y Ambiente Humano de la Nación realizó en 1915. En ese año, el territorio argentino contaba con 105 millones de hectáreas de bosque nativo y a finales de siglo, solo quedaban 35.

 

Es decir, en 85 años perdimos 70 millones de hectareas de vegetación nativa.

 

Entonces, ¿qué es la preservación? ¿Comprar un campo, no tocarlo y prohibir el ingreso de animales?

 

No es lo que me dice la vivencia en Sonidos del Monte. Es una Reserva en la que no vamos a ver un cartel que diga "PROPIEDAD PRIVADA, PROHIBIDO PASAR", sino uno que dice "ACÁ SE RESPETA EL MONTE".

 

"¿Por qué voy a llegar a cambiar un lugar con un sistema de vida que no me pertenece?"  Una frase que destaqué en una de nuestras charlas con Ana.

 

De pronto el sendero que marcaron las vacas transitando durante años por ahí, hoy nos sirven de guía para ir a caminar. Entonces, ¿por qué no habilitar a los animales a que sigan pasando y ayuden a mantener la senda?

 

Esos caminos nos llevan al encuentro del árbol que más se destaca en el lugar. Se trata del Mato (Myrcianthes cisplatensis), un autóctono del monte cordobés que pertenece a la misma familia que el Arrayán (Luma apiculata), muy presente en la Isla Victoria en Bariloche.

 

Su tronco liso y frío era "indeseable para el hachero", según el baqueano Indolfo Guallanes, recopilado por Gómez Molina. Por ser su corteza resbaladiza para el hacha y para acomodar las cargas, fue una especie que se salvó de la tala indiscriminada.

 

Otra curiosidad. Cuando los animales pastorean alrededor del Mato y dañan sus raíces, se genera una especie de cayo desde donde empieza a crecer un nuevo ejemplar.

 

Entonces, ¿cómo se avanza sobre un lugar para preservarlo?

 

Con ternura. Eso, seguro.

 

Me brotan las preguntas en este lugar. Quizá, porque la quietud del acto de preservar invita también a repensarse uno mismo. Este es un sitio que propone despojo. Sacarse los lentes con los que vemos la propiedad privada, los vínculos, el monte.

 

 

KO: EL SONIDO DEL SILENCIO

 

Atardece. Va oscureciendo y no hay luna, pero las estrellas nos dan un resplandor que nos invita a demorar el momento de prender las velas.

 

La casa contenedora es testigo de un silencio prolongado en el ambiente. La única verdad que tengo es que estoy procesando todos estos días, incluso este instante, en el que va decantando una convivencia tan próspera que la ausencia de palabras no nos incomoda.

 

Mi dormitorio en estos días: una kombi que bautizaron "Ko". Significa agua en lengua mapuche. Ko, también fue un elefante marino que Ana custodió en las costas de Claromecó, mientras el animal cambiaba su piel.

 

 

Ese acto de amor por la naturaleza convocó a más personas, pero Ana y Paula seguían de cerca todos los movimientos de Ko. Lo hacían en una base operativa móvil: la kombi en la que hoy duermo.

 

También acá me animo a soñar. Es en los sueños donde realmente terminan mis días.

 

Y en el acto de CO-ncluir no siempre hay respuestas. Qué es la preservación, qué es una Reserva, qué es la amistad. Será parte de una CO-nstrucción. O, como dice Kusch, se trata de ver cómo equilibramos los opuestos que definen el mundo, osea, cómo resolvemos el antagonismo entre orden y caos, vida y muerte, riqueza y pobreza, a fin de que la vida no sea una víctima exclusiva del mundo.

 

"Indudablemente, esto no lo entendería el ciudadano perfecto. En la ciudad se vive el problema de la muerte como una simple ausencia de placer, porque los muertos no pueden aprovechar la pulcritud burguesa ni los últimas novedades técnicas y culturales. El placer se da solo con la vida y no dándose ésta, desaparece el placer".

 

Mañana sigo viaje y esta noche hay picada para la despedida. La trajo un vecino esta tarde. Todo es rico y con gustito ahumado, porque en esa casa se cocina a leña.

 

Y yo, con una única certeza. "Ko" es el sonido del monte que me está retumbando en mi corazón. Es el canto que quiero que me acompañe de acá en más en mi viaje.

 

El frío apura la despedida con Ana en la tranquera. Son esos momentos en los que las palabras realmente sobran. Sólo tengo la plena consciencia de que lo compartido en estos días fue trascendental para mí y hoy habita también en Chamiko.

 

Que se haga lágrima la palabra. 

 

 

 

 

 

Los relatos a pedal pueden ser leídos en cualquier parte del mundo, en cualquier tiempo y espacio.

 

Entre lo que veo, lo que escribo y lo que comparto, transcurre el tiempo suficiente para que el acto de publicar no condicione mis vivencias.

 

Con tu apoyo, estas colaborando con la escritura autogestiva y con mi viaje.

 

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