Contacto comercial: 353 418-2230

En bici por las Sierras de Altautina

La madera de Brochero y la piedra del pueblo

Emiliano nos regala un nuevo relato a pedal

La idea de 'lo global' de algunas cuestiones de la vida tambalea en Altauitina. Es un pueblo sin señal de celular. De ninguna empresa.


Hay dos banquitos despintados afuera de la escuela, ahí la gente se sienta a usar el único WiFi disponible, gracias a una antena que dice ARSAT.


Estoy en el inicio de mi viaje y todavía no me animo a llegar sin ningún contacto a mi próximo destino. Entonces voy tras el dato que mi amiga Nati me pasó.


Ella hizo la caminata Brocheriana y cuando me contó de este sitio me dijo: "ya no queda gente como la de Altautina". Cuando escuché eso pensé: yo quiero ver como es esa gente.


Conseguí el contacto del párroco, que no me contestó nunca; después me enteré que por problemas con su celular.


De todos modos yo dije que le había mandado un mensaje al padre Juancho y eso me sirvió de carta de presentación ante Mary, la señora que 'atiende' la Iglesia.


Su responsabilidad para con la institución es igual a su generosidad. Me dijo que la entienda, que sin la autorización de Juancho no podía dejarme dormir ahí, pero el padre de sus hijos me iba a dar un lugar para dormir.


"El es Polo, el dueño de casa", me lo presenta. Es el hombre que tiene el bar del pueblo. Y justo al lado de la puerta de entrada hay una piecita con tres camas.


Altautina es lugar de paso de cientos de peregrinos que van en masa hacia Villa Cura Brochero, en marzo, mes en que se ubica la fecha más importante para la comunidad devota de San José Gabriel Brochero. Quien aún presbítero, influyó en la humanidad de los pueblos del Valle de Traslasierras, en Córdoba.


Polo se está vistiendo para ir de compras a Villa Dolores. "Recién llego de juntar las vacas, porque nos avisó la policía que mañana pasa el Dakar".


Es en realidad el Desafío Ruta 40 y yo me acabo de enterar que mañana el camino por el cual sigo viaje va a estar completamente cerrado: serán dos noches acá, entonces.


Se terminó de vestir y partió con Mary. "Perdón que te dejamos solos pero justo salíamos, quedás de casero".


Y si. Nati tenía razón. Ya no queda gente como esta, que a los cinco minutos de conocerte te deja solo en su casa.


El espacio que tengo para "estar" fue el escenario de un encuentro que duró desde el domingo al mediodía hasta entrada la madrugada de hoy, lunes.


La autopsia me dice que hubieron papas al horno para acompañar algún bicho, quizá chivo, cuya grasa yace fría en el fondo de la bandeja.


En otra de las mesas hay soda en sifón y en botella, vasos con restos de bebida, servilletas de papel y sal; de estas dos, cantidades industriales.


La mesa del centro del salón es naranja y brilla. Lo único que tiene encima son unos granos de maíz, sobre una de las esquinas. El mismo maíz que alimenta a las gallinas de Polo, se usó anoche para marcar los puntos en los naipes.

 

Esta es mi Altautina hoy. Mañana me pasa una carrera por la puerta de lo que va a ser mi pieza, desde donde veo un algarrobo que arriesgo tiene 400 años.


Es la referencia histórica. También una placa que recuerda a los "caciques" de esta zona y un cartel enorme donde se explica que José Gabriel Brochero, con ayuda de baqueanos, extrajo la tiranteria de madera para la construcción de una de las capillas de la zona.


Más adelante hay una piedra enorme, con un mortero, donde dicen que el cura gaucho oficiaba las misas.


A la Iglesia del pueblo una vez le abrieron dos ventanas para que le entre más luz y entre la pared -de adobe- encontraron un par de 'ushutas', término que decantó en 'ojotas'. Lo curioso, es que al sacarlas el cuero se secó por completo, demostrando una vez más las propiedades únicas del barro.


Esto me lo contó Juan. Un señor encapuchado por el frío que me encontré buscando señal de WiFi en el banquito. El es carpintero, pero igual que su padre, fue minero. Porque en Altautina la piedra y la cal también tienen su historia.


UN PUEBLO, UN HOMBRE, UNA HISTORIA


Hoy, 29 personas son pobladores permanentes de Altautina. Pero en algún momento hubo tanta gente como para que llegue un circo.
Y en ese circo vino quien iba a ser el abuelo de Juan. Conoció a una mujer del pueblo y de ahí nació su mamá. El hombre, de origen italiano, nunca más dio señales.


Juan es la persona que necesitaba encontrar para enterarme de que hay dos hornos inmensos de cal, ya abandonados. Primero fue la cal, después la "piedra pizarra" (que conocemos como laja) y luego la "piedra bonita". Tanto él como su padre trabajaron en las canteras en algún momento, con métodos artesanales.


"Hubo un tiempo donde cada familia juntaba laja y venía un camión. Había que llenar un camión entre todos".


Después llegó el cerámico y contra eso, difícil competir.


Mientras me contaba todo esto, yo no podía dejar de pensar en el monte que se nos fue en esos hornos. Todavía está la báscula donde pesaban la cal que vendían y la madera que compraban para quemar.


"Antes no se tenía en cuenta lo de depredar los árboles", coincidide el lugareño.


Los yuyos fueron otra fuente de trabajo. Aunque menores de edad, fueron empleados -él y un grupo de adolescentes- por un señor que los llevó "por Buenos Aires" a vender hierbas serranas en bolsitas. Pero como no iba bien, se dedicaron solo a la miel.


El primer fin de semana de febrero, en Altautina se hace la 'Fiesta del Reencuentro'. Vuelven por esa noche muchas de las personas que se fueron del pueblo para una gran fiesta en el salón comunal de esta localidad que, como curiosidad, cambió de pedanía departamental. Para que los trámites no hagan viajar a la gente 40 kilómetros (a Villa Cura Brochero), sino apenas unos 15 a Villa Dolores.


Juan me dio acceso a datos muy valiosos para conocer la historia de Altautina y visitar las referencias históricas. Y después me habló de una artesanía que me costaba entender la lógica. Entonces le pregunté si podía ir a verla.


Es un tronco de algarrobo, de un ejemplar antiquísimo, que encontró caído en el monte. "Otros veían leña nomas".


Pero Juan, que es un carpintero apasionado, se propuso hacer una artesanía pensada para el jardín de alguien que sienta la naturaleza como la siente él. La pieza lo duplica en altura y va a tener accesorios reciclados para poner macetas, una lámpara con botellas y quizá un asiento.


Salú por la paciencia de los juanes que se animan a ver más allá de lo que la mayoría ve.


Le digo que seguro hay alguien esperando ahí para comprársela y gustar de sentarse bajo ese "árbol" a imaginar lo que alguna vez fue. 

 

Chamiko es un viaje al interior de uno mismo. Un homenaje a las vidas comunes, que me parecen extraordinarias. 


Entrá aquí (https://taplink.cc/chamiko) y sé parte del viaje.

 

Nota: Emiliano vuelve a compartir con Fibra un nuevo relato a pedal, que constituye Chamiko.