Tengo los pies helados y, peor que eso, me invade una incertidumbre disfrazada de insomnio. ¿Por qué dudo tanto sobre a dónde seguir viaje mañana?
La opción más sólida, la que proyecté antes de iniciar mi viaje, empieza a tambalear gracias a mi intuición.
Una sensación no fundamentada me secretea al oído. Villa de Pocho.
Saliendo de Panaholma, por Ruta 15, a unos pocos kilómetros está el primero de los desvíos hacia este recóndito lugar. Pocho fue el centro de la primera rebelión comunal contra el imperio español, 36 años antes del mayo de 1810. Pero esto me enteré después; se llamó el 'Pacto de los Chañares'.
Ahora estoy por dejar el asfalto, por este camino de tierra que me inicia en el oeste cordobés y antes voy a pedir agua en la 'casita' que está justo en este desvío.
Desde afuera, todavía no distingo si es una de esas iglesias barriales, un bar o un kiosco con poca mercadería. Después de golpear las manos, sale un hombre con rasgos que me suenan mucho.
Es la Córdoba comechingona. Cara ancha y mirada profunda, con un dejo de ternura. Son esos los rostros en los que pienso cuando nombran la zona. El departamento Pocho tiene sierras, pampa y volcanes.
Me cuenta que estuvo en Villa María; trabajó en el súper TOP. En ese momento se unen dos mundos en mi cabeza y tengo un breve colapso. Es la señal.
Sigo. Me esperan algo más de 20 kilómetros de puro camino de tierra, de momento guadal y arenilla.
Miro para atrás y me pregunto qué hago acá, con el sol del mediodía partiéndome la cabeza en el medio de la nada. Levanto la vista y está ahí la respuesta.
Este camino rural regala una panorámica exquisita: el pasaje de las sierras Grandes a las sierras de Pocho.
No obstante el sol y el viento, me freno. Hay dos carpinteros, el Real (Colaptes melanchloros) y el Campestre (C. campestris). Nunca antes los había visto juntos. Volví a buscarlos y se dejaron fotografiar y todo.
La formación de monte nativo -en gran parte arrasado por la agricultura y la ganaderia- con el cordón montañoso de fondo, es algo que me atrae mucho. Siento placer en este entorno de clima hostil. El placer y el dolor, a veces son caras de una misma moneda. Pero no voy a entrar ahí.
Entra en escena una especie icónica de esta región: la Palma Caranday. Otro árbol me desconcierta y arriesgo pinchar, pero quiero acercarme desde la banquina sin bajarme de la bici para ver si distingo.
El moradillo (schinus fasciculatus) se presenta tan frondoso que no lo reconocí. Acá le dicen Molle Pispo, me enteré después.
Sus propiedades para la zona bucofaringea son infalibles. Refuerza encías y ayuda a aliviar dolores de muela y garganta, en este último caso, combinada con alguna otra planta. Cada vez que paso al lado de un moradillo, masco sus hojas para reforzar las encías.
Hay un auto parado más adelante. Un Dodge 1500 azul desteñido, tiene el capó abierto. Me detengo a ofrecer ayuda y me agradecen, pero no sirve de nada pecharlo y ya va a arrancar, dicen.
Se llaman Norma y Rubén. Ella me cuenta que ha sido ciclista y que me entiende cuando hablo de esta parte de Córdoba como 'una maravilla'.
"Yo sé lo que es el desarraigo. Me llevaron a los seis años de acá y cuando pude me volví. Estando acá, yo sé como se maneja todo, estoy tranquila".
Eso me pasa en el viaje. La gente me cuenta cosas sin que yo se las pregunte.
Minutos después Norma se comunica por teléfono con Alejandra, una maestra jardinera que le tiene que avisar a Melisa, compañera de trabajo, que voy yo a ir a hablar con ella.
Melisa Oviedo. Es la jefa comunal y trabaja en el jardín. Con ella tengo que hablar para que me den un lugar para dormir.
Villa de Pocho tiene baños públicos con duchas y están impecables. En la plaza hay un termo solar que provee de agua caliente para el mate, todo nuevo y muy cuidado.
Algo pasa acá. Solo tengo que sentarme y la gente viene sola. Me llegan las historias como panes y yo tengo un hambre bárbaro.
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Me siento un forastero. La gente me mira como un bicho raro, uno me preguntó si era extranjero. Yo tengo un mecanismo de defensa: saludar.
"Ella te devolvió el saludo, pero yo dije no, este no es pochano. Pero bueno, te vamos a adoptar por estos días".
Es una señora que con su amiga hacen gimnasia en los aparatos de la plaza. De vez en cuando bajan la voz y cuchichean. Me da gracia que vayan a la plaza a charlar para que no las escuchen.
El tiempo adquiere otra dimensión que va más allá del dinero.
Entrar al 'boliche' a comprar estando apurado es perderse la vida.
En Pocho hay más de un negocio, y todos tienen sillas para que la gente espere. Pero nunca se amontonan los clientes. La espera es el diálogo.
Seguro en el mostrador o en un banquito se puede apoyar un trago. Pero la bebida no es excluyente. Pasan las viejas, los más jóvenes, los abuelos, los que terminan la jornada vestidos con ropa de fagina.
Todos están un rato y siguen su rumbo.
Pasaron un par de horas desde que llegué. Y 'Rodi' me habilitó la piecita que tiene la comuna para gente de paso. En ese tiempo ya vino Mario a conversar y quedamos en que mañana voy a conocer su granja.
Por la tarde voy a ver de qué se trata el sendero a los morteros, aunque algo pueda imaginarme.
Es tierra comechingona, con una iglesia del 1700 que fue epicentro de 'El Común', esa rebelión de campesinos, artesanos y algunos hacendados para poner freno al maltrato europeo en esta región.
En el Pacto de Chañares hicieron que los representantes del virreinato se comprometieran a cesar con sus hostilidades a los pueblos de acá. Ese pacto no se cumplió y en el reclamo se castigó aún más a la gente.
El Común. Así se autodefinieron. Cuando los comunes tienen la palabra, sin dudas trascienden en la historia.
Mirá más fotos sobre Villa de Pocho en mis redes:
https://taplink.cc/chamiko
Chamiko es un viaje al interior de uno mismo. Un homenaje a las vidas comunes, que me parecen extraordinarias.
Si querés darme un envión en mi viaje:
cafecito.app/Chamiko